LA HORMIGA QUE RECUPERÓ LA VISIÓN
Después de separarse de sus antepasados, subterráneos y totalmente ciegos, una especie de hormiga legionaria recupera la vista 18 millones de años más tarde.
Existen numerosos casos de especies originarias de la superficie que se han adaptado, a lo largo de las generaciones, a una vida subterránea. Entre ellas, la mayoría pierden la vista y las zonas del cerebro asociadas se ven reducidas. Este fenómeno, debido a la pérdida de los estímulos luminosos, da origen a los famosos animales ciegos que se suele asociar a las cuevas.
Por primera vez, un equipo de investigadores de la universidad Drexel de Filadelfia ha evidenciado un ejemplo del proceso inverso. Han hecho un estudio sobre hormigas legionarias, cuyos antepasados colonizaron el medio subterráneo hace más de 80 millones de años. La mayoría ha perdido su capacidad de percibir la luz y la práctica totalidad de su lóbulo visual se ha degenerado. Sin embargo, una especie en particular, Eciton burchelli, parece haber recobrado la vista después de volver a la superficie hace unos 18 millones de años. Sus nuevos ojos sólo tienen una única faceta, a diferencia de todas las demás especies de insectos. Para Sean O’Donnell, uno de los autores del artículo publicado en The Science of Nature, se trata de un descubrimiento fascinante: “Esto pudiera sugerir que Eciton, más que reactivar sólo una estructura desaparecida, ha, en cierta medida, reinventado el ojo.”
En realidad, es un mundo más sencillo, menos exigente en términos de capacidad cognitiva. La reaparición de órganos visuales va unida a una mayor energía destinada al desarrollo del cerebro. Pero cuál no fue la sorpresa de los investigadores cuando descubrieron que el tamaño de todas las zonas relacionadas con las percepciones sensoriales aumenta y no sólo en el lóbulo visual. “Desde nuestro punto de vista, se trata del aspecto más importante del estudio. Esto demuestra que el mundo subterráneo no es únicamente un ambiente diferente que favorece la olfacción en detrimento de la visión”, comenta O’Donnell.
“En realidad, es un mundo más sencillo, menos exigente en términos de capacidad cognitiva. Lo que nos interesa saber ahora es cómo la vida en la superficie selecciona un aumento del desarrollo cerebral”. En materia de evolución, el tamaño del cerebro tiene un papel preponderante. Es el órgano que más consume energía, lo que condiciona la cantidad de alimento necesaria a la supervivencia de un organismo. Un mayor cerebro se mantiene raramente sin dar una auténtica ventaja a la especie.